El verano, meses de vacaciones cuando en la vida de los niños no hay clases ni tareas, y los almuerzos de la escuela son reemplazados por dulces y comida chatarra servida en cualquier momento. Pero no tiene por que ser así, el verano puede ser una oportunidad para ofrecer a los pequeños una dieta balanceada con mayor variedad que la que ofrece la escuela.
Primero, el desayuno, siendo la primera ingesta calórica después de al menos ocho horas de sueño, un plato de cereal frío con una porción de fruta son una deliciosa opción para iniciar el día con energía. Los huevos siempre son una fuente versátil de proteína, si el apetito lo permite. Durante el transcurso de la mañana, es importante servir una merienda de alimentos ligeros y ricos en agua, para mantener los niveles de energía adecuados y estables.
Esta insistencia en alimentos ligeros y frescos viene del simple hecho de que hace más calor durante el verano, y una buena hidratación es parte primordial de toda buena alimentación. El mismo calor también reduce la demanda calórica de las comidas, así que los almuerzos no necesitan ser muy grandes ni con exceso de grasas saturadas.
Hay que recordar que los niños tienen estómagos más pequeños, y se sacian con facilidad, por esto es recomendable servir otra merienda en la mitad de la tarde. Un helado de frutas frescas es una oportunidad perfecta para aportarles el calcio que necesitan durante su crecimiento y, además, les encanta el sabor.
Para la cena, hay que tomar en cuenta que las proteínas deben representar el 30% de las calorías totales de la dieta, así que carne, pollo o pescado, acompañados de papas (preferiblemente no fritas) , verdura o arroz son siempre una excelente opción.
Finalmente el éxito depende de mantenerse firme en el itinerario y rutina alimenticia, desayuno, almuerzo, cena y dos meriendas. Esto permitirá que se sientan saciados, sin hambre y no hacer del verano una excusa para cambiar los buenos hábitos alimenticios.